Chakana, Killari.
Para ella, el mundo era su lugar, su único lugar, el recuerdo fresco del cambio constante y caótico embriagaba sus sentidos a cada momento, a cada compás de la brújula tallada en su pecho. Ella, a veces, pensaba en su veneno de color esmeralda. Pensaba en la fantasía del dolor que drogó a la muerte, y en el futuro, escrito con lluvia en los pétalos de las rosas. Para el, el mundo real era solo un lugar complicado, imperfecto y lo peor de todo: impredecible. El se sentía inmerso en su universo particular, domado por sus manos, perfecto, blanco y negro sin grises ni brillos que cegaran sus ojos. El se sentía completo, a gusto, pero vacío dentro de su fortaleza de letras, completamente blindado de toda ley impuesta para los hombres. Ellos eran así, únicos y aterradores espectros, Dioses despreciables y aterradores, fantasmas nacidos en el futuro y bañados de forma excelsa el uno con la luz del otro. Cubiertos por el conocimiento del lejano pasado que se acerca a cada instante en el ho...